Durante
la primera mitad del siglo XX las mujeres se aproximan con entusiasmo al mundo
de las vanguardias artísticas. Aparentemente las limitaciones que había sufrido
la mujer a lo largo de toda la historia se habían superado: ya tiene acceso
libre a las escuelas de pintura, pueden participar en exposiciones y concursos
o copiar desnudos del natural, pero los prejuicios continúan instalados en la
sociedad. Así vemos que las escuelas de arte están gestionadas por hombres, los
críticos de renombre son hombres y los jurados de los concursos los componen
hombres. La situación no ha cambiado mucho cuando el célebre fotógrafo Alfred
Stieglitz debe defender el trabajo de su esposa, la pintora Georgia O’Keeffe
durante la presentación de una exposición de la obra de ella.
Solo a
partir de los años sesenta, con la consolidación del movimiento feminista y la
lucha por los derechos de la mujer, se empiezan a realizar estudios que van
sacando de las sombras a artistas de todos los tiempos, algunas de las cuales
habían gozado de gran éxito en su época y demostrando la extraordinaria calidad
de los trabajos de muchas de ellas cuyas obras eran a veces atribuidas a sus
padres o maestros también artistas y, claro está, varones.
Como
muestra de estas reivindicaciones, cabe señalar la realizada en 1989 en Nueva
York por el grupo de activistas feministas Guerrilla Girls con carteles donde
se leía: ¿Tienen que estar desnudas las mujeres para entrar en el Metropolitan
Museum? Menos del 5% de los artistas de la Sección de Arte Moderno son mujeres,
pero el 85% de los desnudos son femeninos.
Muchas son las
mujeres que durante el Renacimiento y el Barroco se dedicaron al arte como la
monja Caterina de’ Vigri, la escultora Properzia de’ Rossi, Elisabetta Sirani,
Barbara Longhi o Catharina van Hemessen entre otras pero vamos a centrarnos en Lavinia Fontana, Sofonisba Anguissola, Artemisia Gentileschi,Judith Leyster y Luisa Roldán.
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